Es domingo poco antes de las seis de la tarde y una vez más mi viejita me ha llamado, seguramente intuyendo que estoy más solo y triste  que nunca. Respondo. Hago como si no la extrañara y soporto unas tremendas ganas de llorar. Cuelgo y,  recuerdo que se acerca el segundo domingo de mayo y – a diferencia de otros años –  ni había pensado en el regalo que le compraría. Chequeo mis saldos bancarios y mis bolsillos y no encuentro ni medio, así que he cogido mi vieja libreta de apuntes (de cuando era reportero de la tele) y me he puesto a escribir, quizá porque lo mejor que puedo darle por esta fecha, es mi más sincera gratitud por existir.

Es domingo poco antes de las seis de la tarde y una vez más mi viejita me ha llamado, seguramente intuyendo que estoy más solo y triste  que nunca. Respondo. Hago como si no la extrañara y soporto unas tremendas ganas de llorar. Cuelgo y,  recuerdo que se acerca el segundo domingo de mayo y – a diferencia de otros años –  ni había pensado en el regalo que le compraría. Chequeo mis saldos bancarios y mis bolsillos y no encuentro ni medio, así que he cogido mi vieja libreta de apuntes (de cuando era reportero de la tele) y me he puesto a escribir, quizá porque lo mejor que puedo darle por esta fecha, es mi más sincera gratitud por existir.

Viejita:

No puedo sino admirarte y amarte. Amarte y admirarte. No pisaste nunca una universidad como muchos y sin embargo eres toda una colección completa de lecciones de vida. Lecciones que muchas veces – este combativo periodista – no terminó de aprender. Para ser sincero es la primera vez que me siento en el suelo, he apagado la música y no encuentro por dónde empezar.

Acabo de descubrir que es más fácil escribirte las cosas, que decírtelas. Que aquí solito, siento que a mis treinta años sigo siendo tu bebé, el que se fue a vivir solo hace quince años y sigue siendo el engreído, el que te puso en problemas haciéndose la caca en la feria del hogar cuando ya casi tenía siete, el orgulloso hijito de mamá, que te sigue necesitando – casi todos los días del año –  de tus consejos, como cuando estaba en el jardín.

Ahora mismo siento mucha alegría de tenerte, pero también pena. Estamos cerca y a la vez lejos, pues. Tú vives en tu polvorienta Cañete que no quieres dejar  y yo… Ay mamita, yo ando entre Lima, Arequipa, Miami, Ayacucho, España, Cañete y donde el destino me lleve. Es que, como bien sabes, soy feliz sin paradero estable, siempre estoy de un lado a otro y entiendo que mucha gracia, no te hace. Pero pese a que muchas veces estamos lejos, quiero que sepas que mi corazón siempre está contigo, siempre se queda a tu lado en el 435 del Jirón Bolognesi, en San Vicente. En esa casa que compraste con mucho esfuerzo, como dices,  para que mi hermana Nancy y yo, tengamos un techo donde caernos muertos. 

Para enumerar todo lo que admiro de ti, tendría que suprimir todas las noticias  de la web que tanto cansan y sólo nos habla de muerte, injusticia y destrucción, así que nos olvidamos de eso, mamita. Mejor lee esto que nunca te dije: he de confesar que si hay alguien en este planeta que puede pararle el macho a tu hijo… esa eres tú, Margarita.

Ay,  si supieran –  por ejemplo –  la opinión que tienes de las reportajes que he publicado. ¿Si conocieran las sentencias feroces que muchas veces me lanzas al leerme? ¿Si les contara las veces que (como analista política) haz tratado de corregirme? Ayayay, más de uno te aplaudiría por cerrarme el pico. Por que bien merecido me tengo (de vez en cuando) un buen tirón de orejas. Pero lo que no saben, jojolete, es que tú respetas mi opinión, aunque no la compartas. Tengo a quien salir pues. Heredé tu pasión por hacer las cosas bien, tu compromiso ineludible con la verdad y tu incontrolable genio cuando se te escapa el Munayco. Hazme un favor mami, abre tus lindos ojotes, y lee con atención: puedo haber perdido hembritas, amigos, empleos, ilusiones y dinero pero eso sí: No quiero  perderte  nunca. Y se que así será. Siempre estaremos juntos, porque tu ejemplo, tu enseñanza y todo lo que hiciste, haces y – estoy seguro – harás por tus hijos no se olvidará, así alguno de los dos falte fisicamente.

Perdóname por las muchas malas noches que – de niño y también de adulto – te hice pasar, por las innumerables veces que te hice rabiar, por no entender – terco yo – tus valiosas lecciones, por hacerme el loco cuando insistías en que algo andaba mal… Perdóname, creo que a todos los hijos nos ha pasado, alguna vez. Pero basta de lamentos, quiero que termines de chequear esta nota, alegre. Así como eres, mostrándome esas sonrisa que miles de veces me sacó de la sombra, con esa mirada tierna capaz de llenar de ánimos a cualquiera, con ese brillante semblante que solo una madre como tú, puede brindar.

Gracias mamá por existir. Brindemos con vino borgoña que preparó mi viejo y bailemos una de esas canciones que tanto te gustan; y es que en tu día tenemos muchos motivos para ser felices. Estamos juntos, mi maestra y guía. Aunque este año aunque no hayan regalos, recibe mi corazón y junto a el, todo mi amor. Porque eres la única persona con quien siempre cuento. Porque nunca me fallaste. Porque me dedicaste todo tu tiempo. Mil gracias. Tengo una deuda impagable contigo que ni toda mi vida, me alcanzará para saldarla. Feliz día y jamás olvides que te amo, mamá.

Administrador de contenidos de Grupo Periodismo en Línea

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