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Desde que tengo uso de razón, en la esquina de mi casa se reúnen todos los vecinos, a eso de finales del verano, para celebrar la típica Yunza. Muchas personas que llegaron a Lima con sus costumbres de la sierra tienen, luego del sol de enero y febrero, una reunión casi infaltable. Es tan linda la fiesta de fin de verano que, cuando crecí y me hice periodista, les escribí una crónica para el diario El Comercio que se tituló: Hasta que el tronco aguante. Recuerdo a mi abuela, ancashina ella, quien sacaba una silla y se sentaba en la puerta de mi casa para ver a la gente bailar, tomar y festejar con algunos huaynos cantados en quechua. Sin embargo, yo no participo de ella. No sé por qué. Fácil soy aburrido. Fácil no me agrada mucho la idea de cortar un árbol que le ha tomado mucho tiempo en crecer. Sin embargo, el día de ayer, sábado 13 de marzo, ocurrió algo que me ha impulsado a escribir este post y hacer una pública denuncia.

Desde que tengo uso de razón, en la esquina de mi casa se reúnen todos los vecinos, a eso de finales del verano, para celebrar la típica Yunza. Muchas personas que llegaron a Lima con sus costumbres de la sierra tienen, luego del sol de enero y febrero, una reunión casi infaltable. Es tan linda la fiesta de fin de verano que, cuando crecí y me hice periodista, les escribí una crónica para el diario El Comercio que se tituló: Hasta que el tronco aguante. Recuerdo a mi abuela, ancashina ella, quien sacaba una silla y se sentaba en la puerta de mi casa para ver a la gente bailar, tomar y festejar con algunos huaynos cantados en quechua. Sin embargo, yo no participo de ella. No sé por qué. Fácil soy aburrido. Fácil no me agrada mucho la idea de cortar un árbol que le ha tomado mucho tiempo en crecer. Sin embargo, el día de ayer, sábado 13 de marzo, ocurrió algo que me ha impulsado a escribir este post y hacer una pública denuncia.

Luis Iparraguirre
http://cronicasdepollada.com

Eran las cinco de la tarde y los organizadores del evento (los dirigentes del Club Real Madrid quienes hacen la típica Yunzada desde 1969), se vieron asustados con la presencia matonezca de un tipo que se identificó como el comandante Antonio Vargas Bolívar. Este señor, bajó de su movilidad y, sin esbozar un mísero saludo, comenzó a patear el arbolito con la clara intensión de tumbarlo. Energúmeno. Sudoroso. Y excitado. Comenzó a esbozar unas excusas muy alucinantes y discriminatorias. Yo, por mi parte, estaba en mi casa, festejando, en familia, el cumpleaños número seis de mi hijo, Cristian (festejo que fue humilde, ya que en marzo los papás sufrimos un asalto a mano armada por parte de los colegios). Cuando, de pronto, los vecinos llaman a mi padre para que los ayude con el tema legal. Y fue así que, de puro sapo, me acerqué de manera respetuosa ante la autoridad y le dije: “señor, esta actividad la hacen todos los años: no es una reunión de delincuentes. Es una reunión de amigos y vecinos”. Fue entonces, cuando este comandante me dijo algo que me crispó los pocos pelos que tengo: Tú, seguramente, eres provinciano ¿no? Ya cuando me dijo eso, me preparé sonriente para la pachotada que me iba a endilgar. Le respondí que no, pero que toda mi familia sí lo era ¿y qué?, le pregunté, y me dijo: “Esta costumbre es serrana, así que, si quieren festejarla, váyanse a la sierra, aquí, en Lima, no”. Me nacen tres o cuatro adjetivos, y de forma muy natural para el comandante Antonio Vargas Bolívar. Pero no los diré. Solo diré que sus discriminatorias palabras me llenaron de un profundo e indescriptible asco.


Lo que hice a continuación fue volverle a preguntar su nombre. Le pregunté si estaba seguro de lo que había dicho. Y bueno, le dije de forma clara que eso se llamaba xenofobia, y que esa forma de racismo o discriminación era un delito bajo una pena de cuatro años de cárcel. Le dije, entonces, que los peruanos que, por ejemplo, radican en los Estados Unidos, bajo ese concepto arcaico y denigrante que este señorito esbozó, pues no podrían realizar la procesión del Señor de los Milagros, por ejemplo. Por supuesto no contestó nada coherente y siguió con la matonería. Acto seguido, y reventado de la indignación (un saludo cariñoso a mi abuela y a todos los provincianos que llegaron a Lima llenos de ganas de trabajar para darles a sus hijos un mejor futuro), pues ingresé a mi casa y saqué mi cámara fotográfica para retratar a este acomplejadísimo señor. Me identifiqué como periodista, porque lo soy, y claro, no pudieron hacerme nada. Luego de mostrarle mi carnet y ver cómo se le descompuso la cara, me di cuenta que no contaba con que la persona a quien le estaba vomitando todos sus complejos y bajezas, pues era un comunicador: un periodista.

Comisario Antonio Vargas Bolívar.Me pregunto qué debe haber pensado: a este cholito con un par de gritos lo ataranto y me deja de joder. Pobre. Así que proseguí a tomar fotos a una escena muy graciosa y que descalifica a los policías quienes, bajo su mando y su pensamiento cavernario, efectuaban dicha acción: comenzaron a tumbar el árbol a hachazos. Y claro, les tomé fotos. Este post no es una oda a las yunzadas. Tampoco justifico, en esta época de contaminación ambiental y calentamiento global, la poda indiscriminada de árboles que les toma años en crecer. Solo decir en voz alta que, bajo esos argumentos racistas, no pueden traer abajo una tradición que viene desde hace muchos años y, específicamente en mi pequeña comunidad, desde el año 1969, en el que nunca, repito, nunca, ha habido un accidente que lamentar. El señor comandante Antonio Vargas Bolívar es un tipo que deshonra la imagen ya magullada de la policía (recuerden lo que pasó con los vecinos de Barranco por el tema de los carnavales). Este señor, qué le da comezón, seguramente, ver a un provinciano, no debe ascender a nada. Así que hago un llamado a las autoridades competentes para que tomen cartas en el asunto. No sé si el ministro del interior, Octavio Salazar, tiene parientes que son de provincia, pero así no los tenga debe saber que este caballero no le hace bien a la imagen de la autoridad. Deberían mandarlo a Puno a que dirija el tránsito: que conviva con ‘serranos’ para que sepa que todos somos iguales bajo el sol. Que nadie debe cortar las costumbres de nadie y menos de esa forma tan matonezca, maricona y discriminatoria.

El comandante Antonio Vargas Bolívar debería ser retirado de la comisaría de Conde de la Vega. Este comisario (de quien renegaban sus mismos oficiales en voz baja por la forma tan ortodoxa y ofensiva de manejar la situación), no debe, repito, ascender a nada. Un tipo como él (confirmado apátrida), debería pasar por un tratamiento sicológico antes de portar un arma o el escudo nacional de mi país en su pecho. Un país lleno de mixtura y variedad del que todos nosotros estamos orgullosos. Yo no me siento representado por él. Y como un ciudadano peruano más exijo algo de respeto. Que se vaya a la sierra para que coma queso y choclo y sepa lo que es vivir entre lindas polleras y ese precioso idioma que es el quechua, ¡por Dios!. Creo que las imágenes que capté hablan por si solas. Creo, además, que esta denuncia tendría que tener eco. Yo soy muy respetuoso de las leyes. Yo respeto a la autoridad y a la policía. Aquí nadie está incentivando a la violencia ni nada por el estilo. El retiro del árbol fue pacífico. Aunque claro, el rostro desencajado de los vecinos sin poder hacer nada frente a ‘la autoridad’ me dejó un gran sin sabor. Señoras y señores, niños y niñas de distintas edades, miraban cómo su arbolito se caía poco a poco. Por eso escribo estas letras, para hacerle ver a este señor, que está equivocado. Me hace recordar a un personajillo perdido, sacado de un triste cuento de César Vallejo (ya es hora que Paco Yunque deje de ser el huevón de la clase). Decirle a este señor con uniforme, que la idea no se reprime. Que los derechos y las costumbres se respetan, por más ‘limeñito’ que seas, broder.

Administrador de contenidos de Grupo Periodismo en Línea

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