ipacolumna

ipacolumnaJuan Ridículo tiene 20 soles en el bolsillo y quiere comprarse un reloj que vio en un puesto ambulante allá por el Centro de Lima. En el Perú gobierna un tal Alan García y el país es un caos. Juan es hincha de un equipo llamado Alianza Lima que acaba de perder el campeonato contra Universitario con un gol de Roberto Martinez. Juan odia a Roberto Martinez. Pero lo odió más cuando se enteró que se casaba con Gisela Valcárcel y lo odió peor cuando se enteró que se volvería a casar ahora con Viviana Rivasplata. ¿Por qué un aliancista no es quien besa a Viviana Rivasplata y a Gisella Valcárcel en vez de esa gallina cochina y suertuda?, piensa mientras pega sus figuritas en un viejo álbum de editorial Navarrete. Juan tiene una amiga llamada Rosmery. A ella le gusta sentir el roce que produce con sus dedos cuando toca las arrugas que se forman en los labios de Juan, a la hora del recreo. Juan Ridículo es tan ridículo que se enamora cada vez que ella hace eso. Juan tiene nueve años.A Juan le encanta ver la calle a su corta edad. Mira a los niños que trabajan en las calles y a los vendedores de libros del jirón Quilca. A los emolienteros y sus sábanas de vapor. A los cobradores de micros. A las prostitutas y sus bebés. A los payasos ambulantes con quienes se reía hasta hacerse pichi en los pantalones. Le encanta ver el hilo de saliva que le cuelga a un tipo ebrio en el bar Queirolo y los robos de carteras con metida de mano. Pero lo que le mueve más, lo que desea desde que lo vio, es un reloj que estaba colgado siempre en el mismo lugar, del mismo puesto ambulante y el mismo señor atendiendo a la clientela. Un señor de pequeña estatura a quien todos llaman Francisco es el dueño de ese puestito que siempre huele a ruda. Juan Ridículo quiere ser como él cuando sea grande. Quiere ser dueño de un puesto en el que pueda vender cortaúñas, lupas, casinos, condones Sultan, vaselina, brújulas, pilas, casinos, lapiceros, y, por supuesto, ese reloj marca Casio.

ipacolumnaJuan Ridículo tiene 20 soles en el bolsillo y quiere comprarse un reloj que vio en un puesto ambulante allá por el Centro de Lima. En el Perú gobierna un tal Alan García y el país es un caos. Juan es hincha de un equipo llamado Alianza Lima que acaba de perder el campeonato contra Universitario con un gol de Roberto Martinez. Juan odia a Roberto Martinez. Pero lo odió más cuando se enteró que se casaba con Gisela Valcárcel y lo odió peor cuando se enteró que se volvería a casar ahora con Viviana Rivasplata. ¿Por qué un aliancista no es quien besa a Viviana Rivasplata y a Gisella Valcárcel en vez de esa gallina cochina y suertuda?, piensa mientras pega sus figuritas en un viejo álbum de editorial Navarrete. Juan tiene una amiga llamada Rosmery. A ella le gusta sentir el roce que produce con sus dedos cuando toca las arrugas que se forman en los labios de Juan, a la hora del recreo. Juan Ridículo es tan ridículo que se enamora cada vez que ella hace eso. Juan tiene nueve años.A Juan le encanta ver la calle a su corta edad. Mira a los niños que trabajan en las calles y a los vendedores de libros del jirón Quilca. A los emolienteros y sus sábanas de vapor. A los cobradores de micros. A las prostitutas y sus bebés. A los payasos ambulantes con quienes se reía hasta hacerse pichi en los pantalones. Le encanta ver el hilo de saliva que le cuelga a un tipo ebrio en el bar Queirolo y los robos de carteras con metida de mano. Pero lo que le mueve más, lo que desea desde que lo vio, es un reloj que estaba colgado siempre en el mismo lugar, del mismo puesto ambulante y el mismo señor atendiendo a la clientela. Un señor de pequeña estatura a quien todos llaman Francisco es el dueño de ese puestito que siempre huele a ruda. Juan Ridículo quiere ser como él cuando sea grande. Quiere ser dueño de un puesto en el que pueda vender cortaúñas, lupas, casinos, condones Sultan, vaselina, brújulas, pilas, casinos, lapiceros, y, por supuesto, ese reloj marca Casio.

 Luis Iparraguirre
www.cronicasdepollada.com

Juan Ridículo moría por ese reloj. Qué lindo reloj, pensaba. De correa negra y gruesa caparazón. En medio de él decía, en letras doradas, Water resist. ¿Qué es Water resist?, le preguntó a Francisco y éste, medio malhumorado por ver todos los días al mismo niño baboso que se pajea mirando el mismo reloj, le contesta: Significa que ese reloj es acuático. ¿Qué significa acuático?, le volvió a preguntar Juan, ridículamente curioso. Pero Francisco, quien justo ese día estaba con una resaca que lo hizo vomitar toda la mañana, no tenía tiempo para estupideces y le dijo: ‘significa que si lo metes al agua no se malogra, ahora vete a tu casa’.

Si lo metes al agua no se malogra. Se repetía estupidizado recordando la vez que lavó el televisor recién comprado ‘porque estaba sucio’ y se malogró. ¡Todos los artefactos se malogran con el agua! Le dijeron sus padres luego de que estallara el televisor en la sala de su casa al momento de encenderlo, luego de la lavada. Juan Ridículo pensó que había descubierto algo que sus padres no sabían: hay un artefacto que no se malogra cuando lo metes al agua: el reloj Casio de Francisco que cuesta solo 20 soles. Por eso ahorró por casi un mes para poder tener ese reloj en las manos y demostrarles a sus padres que él era muy listo por comprarse un reloj que no se malogra con el agua. Un reloj mágico. Único. Lindo. Un reloj que él luciría para que Rosmery dejara de tocarle los labios con sus dedos y, quizá, se anime a casarse con él. A tener muchos hijos. Y ser felices debajo de la cama de sus papás donde tenía su guarida escondida con sus juguetes y almohadas. Todo por que él y nadie más que él, pudo comprarse un reloj que es a prueba de agua. Un reloj que lo dejaría para siempre en la memoria de todos sus seres queridos. Un reloj Casio. Un reloj del puesto ambulante de Francisco y que solo cuesta 20 soles.

Así que llegó el día: Ni bien terminaron sus clases se fue hacia el puesto de Francisco para comprar lo que sería su boleto a la felicidad. Toma Francisco, 20 soles, y dame mi reloj. Eso. Nada más que eso. Así, con el reloj en su muñeca, se fue a casa corriendo. Era el día más feliz de su corta vida. Qué lindo reloj pensaba, mientras miraba sus letras en medio de ese perfecto círculo: Water resist. Y así, al cruzar la puerta de su casa, miró a sus padres quiso gritarles la noticia, pero algo lo detuvo. Primero quería probar esa magia antes de mostrárselos. Así que se metió al baño, abrió el grifo del agua y dejó caer muchos chorros encima del reloj. ¡Funciona! ¡Funciona! Gritó para que lo escuche todo el mundo: sus padres, Rosmery y el pesado de Francisco que le cobró dos soles más por las pilas. Pero, de pronto, la pantalla del reloj se entumeció. Rápidamente, Juan sacó la muñeca del chorro que caía sin cuidado y vio a través de la luna que estaba llena de agua por dentro.

El reloj se malogró al instante. Juan Ridículo se sintió muy ridículo. Juan no sabía qué hacer. Eran 22 soles. Todos sus ahorros. No tenía fuerzas para ir a reclamarle a Francisco. No tenía fuerzas para decirle a sus padres lo que le había pasado. Juan Ridículo, con sus nueve años, cargó su reloj inservible a su cuarto y lo miró por muchos segundos y minutos esperando, sin fortuna, a que las manecillas vuelan a funcionar. Juan se enojó mucho y lloró más. ¡Pero si allí dice Water resist que significa que es acuático! Se decía a sí mismo sin encontrar una explicación coherente… hasta que halló una: Todos son unos mentirosos: allí dice Water resist, pero no es Water resist. “Todo artefacto se malogra con el agua”, recordó a su madre y enrojeció por ser tan tonto. Tan torpe. Tan ridículo. Nunca más me compraré un reloj. Se dijo. Todos son unos mentirosos. Nunca más.

25 años después

Juan Ridículo tiene 20 soles en el bolsillo y quiere comprarse un par de sandalias. En el Perú gobierna, por segunda vez, un tal Alan García y el país es, nuevamente, un caos por la nauseabunda corrupción. Juan es hincha de un equipo llamado Alianza Lima que acaba de perder, en el último minuto de juego, con un gol ilegítimo, contra la U de Chile, por su pase a cuartos de final de La Copa Libertadores. Juan Ridículo quiere torturar, castrar, despellejar, violar, sodomizar y luego pasarle 2500 voltios de electricidad por los testículos a ese árbitro hijo de las tres mil putas que nos robó el partido.

Juan está mirando al cielo mientras flota en las aguas de una piscina que queda en un centro recreacional de Chosica. En el otro extremo de la piscina se encuentran sus alumnos de fotografía quienes descansan luego de largas horas de sesión fotográfica. Juan sigue mirando al cielo sonriente y recuerda que Rosmery nunca le dio mayor bola más allá de excitarse cada vez que ella le tocaba los labios con sus dedos. Y, de pronto, levanta la muñeca izquierda que se hallaba sumergida dentro del agua llena de cloro y mira las letras que se encuentran en medio de la pantalla de su nuevo reloj que dice: Water Resist.

Aquí Juan Ridículo con su reloj (ahora sí Water resist)
pensando en cómo asesinar a un árbitro ecuatoriano.

* A Élida Quiñones, Feliz día de la madre, preciosa.

Administrador de contenidos de Grupo Periodismo en Línea

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