Nadie pudo contener su amargura y en el camarín, no sólo Guerrero sino la mayoría de integrantes del plantel llamaron así a Pozo, quizá asociando las diferencias históricas entre peruanos y chilenos.
Como se recuerda Paolo vio la tarjeta roja y no aguantó su rabia, quería cobrarse su revancha con sus propias manos. Tanto así que Juan Vargas tuvo que abrazarlo para sacarlo del campo.
En los camarines, Paolo Guerrero no se tranquilizó. Consideraba que su expulsión había sido injusta y más porque estaba convencido que sus reclamos tenían asidero. Por eso ni bien vio aparecer a sus compañeros en el vestuario, se paró del banco para salir a buscar al árbitro. Estos lo agarraron para que no cometa una locura, la rabia se había apoderado de él.
Después de enterarse el marcador a favor de Uruguay por 6 a 0, Paolo Guerrero seguía pensando que el árbitro era el gran culpable de este desastre. Por ello despotricó contra él cuando el equipo abandonaba el Centenario.
“El árbitro (Pablo Pozo) fue un hijo de p…, nos cag… la vida con la expulsión y el penal, porque desde ahí se vino todo abajo. Sentí vergüenza por la derrota, respeten este momento”, pidió Guerrero caminando rumbo al ómnibus que trasladó al seleccionado peruano al hotel Sheraton.