Luis Iparraguirre

Luis IparraguirreCebada y humo. Ingredientes básicos para una larga y desenfrenada diversión, según algunos. Veneno para la salud, dirán otros. ¿Se imagina un equipo de fútbol con ese nombre? Pues créalo, existe. Cebada y Humo es el sugerente nombre del pentacampeón del torneo más singular, colorido, entrañable y peligroso de nuestro país: el Mundialito de El Porvenir.

Luis IparraguirreCebada y humo. Ingredientes básicos para una larga y desenfrenada diversión, según algunos. Veneno para la salud, dirán otros. ¿Se imagina un equipo de fútbol con ese nombre? Pues créalo, existe. Cebada y Humo es el sugerente nombre del pentacampeón del torneo más singular, colorido, entrañable y peligroso de nuestro país: el Mundialito de El Porvenir.

El jueves primero de mayo, en medio del popularísimo distrito de La Victoria, el día empezó antes de que salga el sol. Desde las cinco de la mañana, numerosos vecinos alistaban lo que en unas horas sería una fiesta. La fiesta de todos los años, desde hace más de cinco décadas. Sin embargo, el Mundialito empieza un mes antes. Cuatro fechas en cuatro domingos. No hay mucho que decir, ya que lo mejor, lo admirable y lo perdurable es la final. Tan solo nos bastó unos segundos para entender algo de todo ese júbilo parroquial. Comida por todos lados. Carpas por doquier. Cada casa era un bar. Cada persona era una cerveza. Cada mujer era un escote. Cada niño era una sonrisa. Y en cada esquina, en cada puesto de venta, en cada córner se escuchaba una sola música. No, no era rock. Tampoco trova, ni muchos menos rap. Aquí, en El Porvenir, se escucha, se siente, se baila, se vive y se goza con la salsa.

Y no cualquier salsa. Si quiere escuchar a Salsa Kids, aquí no es. Si quiere escuchar a Servando y Florentino, pues te equivocaste. Aquí la salsa dura es la melodía que alimenta el alma. Y así como hay una música, pues también hay un equipo. Hay una sola camiseta. Y es la de Alianza Lima. A nadie le importó perder el clásico. La fiesta siguió igual. La gente toma y fuma. No solo cigarro, claro está. El consumo desmedido de marihuana es muy común entre los jóvenes (y no tan jóvenes) durante la fiesta. Nadie dice nada. Nadie puede decir nada. Ni los más de ciento cuarenta policías que el jefe distrital de La Victoria, el coronel PNP Ricardo Munaya, ha dispuesto para la seguridad del evento pueden frenarlo. El buen coronel nos comenta que al final de la jornada no hay heridos ni hechos que lamentar pero, a pesar del generoso despliegue de los policías, no se pueden evitar algunas peleas. Y es que la competencia dentro del campo es única.

Desde Hugo Sotil hasta Waldir Sáenz. Muchísimos jugadores que alguna vez se hicieron de un nombre en la profesional han jugado este torneo. Y así como antes, y así como ahora, las broncas son (y serán) el pan de cada final. Y, bueno, si son ciento veinte policías para un partido de fulbito, basta y sobra, pensará usted. Pues no es así de fácil. Cada equipo tiene su hinchada. Cada hinchada tiene un visión subjetiva del encuentro y, sobre todo, tiene una visión subjetiva del arbitraje. Aquí, en la improvisada canchita de El Porvenir –en realidad es la pista de la cuadra 6 de Parinacochas– donde se juega la final, no hay mallas que protejan la cancha de juego. No hay muros que contengan al apasionado y furioso hincha. Cualquiera entra a la cancha. Y si entra, no entra solo. Son más de cuatro mil personas que quieren asesinar a los pobres árbitros. Hay que ser muy valiente (o muy insensato) para arbitrar la final de este campeonato.

Digamos que los hinchas, los fanáticos, no tienen una conducta alturada ni mucho menos educada. Yo mismo sufrí con sus “ocurrencias”. “Oye, sapazo”. “Oye, fotógrafo cachudo”. “¿Porqué no le tomas una foto a mi pájaro?”. “Arranca a tu casa, que te robamos la cámara”. Los insultos, hasta me daban risa, pero las amenazas, no tanto. Miedo es lo que sentí. Peor, cuando cayó, a escasos centímetros, una botella de vidrio lanzada desde el quinto piso de una de las improvisadas tribunas para la final. Hay que ser muy valiente para ser periodista en el Mundialito de El Porvenir, pensé. Hay que ser muy insensato para ser periodista en el Mundialito de El Porvenir, volví a pensar.

Y así, en medio de mi grandísimo temor por hacer siquiera un mísero click con mi cámara fotográfica, sale, del medio de la turba, un moreno de casi metro noventa de estatura. Energúmeno. Irracional. Arrebata contra los policías y, en cada brazada suya, los efectivos del orden, literalmente, salían volando. Parecía incontrolable. Irradiaba miedo. Irradiaba un rarísimo respeto. Hasta que, de pronto, una mujer entró en escena y le dio dos poderosos puñetes en la cara, tres mentadas de madre y a jalones se lo llevó de la cancha. Era su esposa. Todos se quedaron boquiabiertos, al ver que una mujer tuvo más fuerza que decenas de policías.

Luego de las risas, luego de los golpes, la final Cebada y Humo vs UVA siguió su ritmo. ¿El análisis del partido? Pues queda en segundo plano, ¿no es así? Sin embargo, me veo obligado a decir que los jugadores se dieron íntegros. Fue un mezquino cero a cero. No hubo el gol que hubiese coronado al campeón, como debería ser. El partido fue vibrante. Las charlas técnicas se limitaban a un “¡Vamos, carajo!”. Recias arengas que, al parecer, eran suficientes para dejar toda la hombría en la cancha. Calculamos que si venía un gol, no festejarían con bailes ridículos o afeminados piquitos. No. En esta cancha se veía la virilidad del fútbol en su máximo esplendor.

Fue un cero a cero mezquino, repito. Sin embargo, el ganador tenía que llegar por las estadísticas. Aquí no hay penales. Aquí no hay tiempos extras. Tras el empate, gana el equipo que menos faltas técnicas haya cometido durante el partido. Claro, tampoco diremos que Cebada y Humo se merece un premio Fair Play, pero fue el que menos pegó. Y fue el campeón. Por quinta vez.

El partido acabó con otra anécdota. No hubo pitazo final. La gente se dio cuenta de que el partido acabó, cuando el árbitro salió despavorido de la cancha, cual cuy aterrorizado. Y el otro réferi salió rodeado de numerosos policías, quienes soportaron los botellazos, escupitajos y mentadas de madre. El Mundialito terminó. El próximo año será mejor, dicen. Me es complicado recomendarle el espectáculo a usted, cómodo y educado lector, sin embargo, si para el próximo año desea vivir algo diferente, si cuenta con algo de osadía, si desea conocer todo un mundo paralelo al de su comodidad, si desea respirar fútbol y algo de marihuana, pues lo invitamos a vivir una gran final, en el tradicional Mundialito de El Porvenir. (Luis Iparraguirre, editor del Gráfico Perú –  Especial para Periodismo en línea)

Administrador de contenidos de Grupo Periodismo en Línea

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