Hasta hace poco me resistí – con uñas y dientes – a volver a un salón de clases. Y es que (hace poco también) en un arranque de amor extremo prometí a una ex enamoradita que no volvería a cobijarme bajo el toldo pedagógico nunca más. Pero ella ya no está, o mejor dicho: está con otro. O sea, que aprovechando que lanzó por el inodoro sus promesas, yo hice lo mismo con las mías, y acepté recaer en las aulas.

 

Hasta hace poco me resistí – con uñas y dientes – a volver a un salón de clases. Y es que (hace poco también) en un arranque de amor extremo prometí a una ex enamoradita que no volvería a cobijarme bajo el toldo pedagógico nunca más. Pero ella ya no está, o mejor dicho: está con otro. O sea, que aprovechando que lanzó por el inodoro sus promesas, yo hice lo mismo con las mías, y acepté recaer en las aulas.

 

Por Ismael Tasayco
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Mala suerte la de mis alumnos, pienso. Y es que este humilde profesor de creatividad audiovisual no tiene la simpatía de la maestra Ximena, ni se parece en nada a Carito que habla en inglés, que bonita se le ve. Al contrario, soy más bien el profe al que todos miran a ratos, con cierto pánico. El renegoncito. Al que le llegan altamente las típicas excusas del que no acabo la tarea. Por ello, éste es un brevísimo homenaje a la sufridos y abnegados jovencitos que son parte de mi curso. Esta humilde columna está dedicada para mis vándalos del sexto ciclo. A esa muchachada que está ad portas de largarse del instituto, a los se computan que ya lo saben todo, a esos palomillas de ventana, que resignados tienen que decirme – tres días a la semana – está bien profesor Tasayco.

Cada tarde, al recorrer los pasillos rumbo al salón, siento que una extraña sensación invade mi voluminoso ser. No tengo las palabras exactas pero pueden ser amor – odio, alegría – tristeza, pasión – indiferencia. Y es que ahora que me conocen saben por demás que me revienta que lleguen tarde o peor aún que no lleguen. Y si llegan, me revienta el doble que me digan con cara de yo no fui: no se puede, no hay, no lo hice, no pude acabarlo. Se conciente pe varón. Se más flexible. Flexible tu flaca, pienso y me muerdo los labios para no responder como quisiera.

Milko Bobadilla (Foto)Es entonces, cuando sale el severo profesor que seguramente les llega al rechopin. El que no aguanta pulgas y destruye en el acto cualquier amago de disculpa para su irresponsabilidad. El chico migraña, el  irreverente, el que malgeniado. Los recuerdo como si los tuviera en frente. Ahí están los chongueritos del salón, las alumnitas engreídas y relajadas, los reggaetoneros cachosos, las coquetas y aplicadas niñas. Están toditos cómodamente sentados esperando por un veinte, por una A, por una estrellita en la frente.

Entre las filas de las niñas tenemos a María del Carmen, Ana María y Maria Elena. Como sabrán comprender con tanta María uno termina más palteado que el Padre Alberto después del ampay. La primera es media relajadita y se pasa vacilándome por saber quién es mi novia, cosa que no conseguirá porque no tengo. También quiere que le justifique unas faltas, pero la verdad no se me da la gana. Pienso que es una buena chica; un poco alocada igual que su peinado; pero digamos que todo bien. La segunda, Ana María resalta por dos cosas. Lo primero es porque jamás descubriré si me sonríe; o se ríe de mí. Me da igual Y lo otro, porque a diferencia de su compañera anterior, anda bien peinada y cuida sus impecables botas como si fuesen su vida. Ay, profe cómo se le ocurre que voy a ir a un circo pobre. No nos mande a buscar el circo perejil para el reportaje. Que asssco, cambiemos de tema por fa, acaba de decirme hace un par de clases, con cara de espanto.

María Elena es, entre las mencionadas, con quien mejor me llevo. Parece que el curso le interesa y comparte sin reparos sus galletas, dulces y demás cochinaditas que se empuja durante el break con este humilde profesor. Se apellida Cartagena, y hasta ahora no me animé a preguntarle si es pariente de Rosa Elvira. Como premio consuelo  conocí por un video a una de sus primas, pero – aquí entre nos – no pasa nada, empanada.

Milko Bobadilla (Foto)Podría mencionar a Vivian, una pequeña media afanosa que con los ojos vidriosos y con cara de ira se me acercó a reclamar hace unos días.. Porque tengo doce y otros trece, me ha increpado en su fallido intento por conseguir un miserable punto más. .  Estoy pensando calificarla mejor para la próxima, es que tengo miedo que se encadene en la puerta de SISE o emulando a los congresistas nacionalistas, se declare en  huelga de hambre. En fín.
En la fila de los pirañitas, están los dos Gustavos. Sus apellidos ni me acuerdo.

Me hacen acordar a mi, sobretodo cuando tenía ganas de joder en clase. Pero piña, tengo una mala noticia para ustedes: en estas historias siempre termina ganando el que tiene el registro en la mano. Creo ambos que tienen potencial aunque si chacotearan menos e hicieran más;  la harían linda. Otro que resulta difícil de olvidar es Rodolfo, y no es que sea mi favorito sino que tiene el nombre del único reno que recuerdo. Es Claun o actor de teatro, o algo así. Y claro, como todo figuretti se esmera en que toda la clase lo sepa.

No me olvidaré de mi súper delegado. Se llama Martín Huacoto, aunque todos últimamente lo llaman “tu opinión importa”. Sabe Dios porqué. Es un buen muchacho, al menos eso creo.Voy a terminar contándoles que si las chicas esperaban por teacher, un tipo alto rubio y angelical, se fregaron. Si los caballeros esperaban un tipo lorna y poco exigente, también. No suelo ser muy cariñoso con mis pupilos y por más que ensayo – créanme – no me sale. Estoy convencido no me saldrá nunca.

Esta vez, sólo me senté a escribir un rato para matar el tiempo. Para hacer hora y llegar a clase. Para cumplir con mi promesa de redactarles algo, pero sobretodo para que sepan que tienen un amigo, un profesor, un colega; que  – aunque no se los diga muy seguido – los quiere mucho y espera que no lo defrauden.


Y. Tasayco.

Administrador de contenidos de Grupo Periodismo en Línea

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