ipacolumna

ipacolumnaJuan Pene es un actor porno. Desde niño siempre se interesó en el quehacer diario de la actividad pornográfica mundial y veía, en Rocco Sifredy, un ejemplo a seguir y en Silvia Saint su mujer ideal. Juan sabe que tiene un apellido precioso para su actividad cinéfila. Sin embargo, por ser chileno, le cuesta mucho trabajo salir del mundillo nacional donde pululan actrices de baja calidad estética. Rollizas prostitutas del bajo mundo de Santiago de Chile que no tienen mejor forma de ganarse algunos dólares posando desnudas con un falo frente a sus rostros. Él quiere hacerle el amor a las verdaderas top models del cine erótico mundial. Sabe que su tiempo frente a la pantalla es corto ya que el poder de su erección menguará poco a poco, mientras pasen los años. Es por eso que, a sus 48 años, decide que ya no más. Decide traer abajo sus sueños y quiere rehacer su existencia desde cero. Si algo aprendió en la vida, es que todo final es una muy buena excusa para volver a empezar. Así que decidió ser un humilde profesor.

ipacolumnaJuan Pene es un actor porno. Desde niño siempre se interesó en el quehacer diario de la actividad pornográfica mundial y veía, en Rocco Sifredy, un ejemplo a seguir y en Silvia Saint su mujer ideal. Juan sabe que tiene un apellido precioso para su actividad cinéfila. Sin embargo, por ser chileno, le cuesta mucho trabajo salir del mundillo nacional donde pululan actrices de baja calidad estética. Rollizas prostitutas del bajo mundo de Santiago de Chile que no tienen mejor forma de ganarse algunos dólares posando desnudas con un falo frente a sus rostros. Él quiere hacerle el amor a las verdaderas top models del cine erótico mundial. Sabe que su tiempo frente a la pantalla es corto ya que el poder de su erección menguará poco a poco, mientras pasen los años. Es por eso que, a sus 48 años, decide que ya no más. Decide traer abajo sus sueños y quiere rehacer su existencia desde cero. Si algo aprendió en la vida, es que todo final es una muy buena excusa para volver a empezar. Así que decidió ser un humilde profesor.

Por Luis Iparraguirre
www.cronicasdepollada.com

Se sentía realizado frente a sus alumnos. Lo poco que aprendió de fotografía lo enseñaba frente a sus apasionados estudiantes en el Instituto Chileno de Fotografía y Diseño. Los primeros meses fueron impresionantes: después de dictar paseaba por las calles de Santiago con un porro de marihuana recordando lo bien que dictó tal tema en tal salón y se despreocupaba de la vida y de los cines pornográficos. No miraba a las alumnas con deseo porque la pasión por el sexo se le fue hace mucho tiempo con tanto grito fingido y con tanta eyaculación frente a la pantalla grande. Así que nadie dudaba del buen nombre de este profesor que venía forzosamente bien vestido para dictar frente a ellos. Se divertía. Se reía. Se sonrojaba. Coqueteaba. Intrigaba. Todo en muy buena onda y con buen sentido del humor. Era un evento cada clase y su verborrea mejoraba cada día más. Atrás quedaron los gemidos y los inmensos senos danzando hacia arriba y hacia abajo en cada empujón que su cuerpo daba, y ahora estaba envuelto entre pizarras y cámaras fotográficas.

Juan Pene tenía otra afición: Los iPhones. Tenía desde el 2.0 hasta el recién inaugurado 4G. Se sabía de memoria todas las aplicaciones que vendían en la tienda virtual de Apple hasta las aplicaciones craqueadas por astutos hackeadores. Es así que perteneció a una conocida página web sobre iPhones para ayudar a quienes padecían de algún problemita con este fetiche de metal.

Un día, una alumna llamada Omayra Cachina, quien desde el inicio del curso se mostraba con una fingida y forzada coquetería (algo que a Juan le daba mucha risa), le pidió su número telefónico para hacerle unas consultas sobre su trabajo final. Él, iluso, se lo dio. Y a los dos días le llegó este mensaje:

“Profesor Pene, me siento resfriada y con fiebre
Creo que llegaré tarde ? por favor dispénseme”.

Eran las 7 de la mañana. Las clases empezaban recién a las 9am (y, apropósito, la alumna llegó cinco minutos temprano y de muy buena salud). Ya desde ese detalle algo le pareció raro a Juan Pene, quien era muy astuto por todo lo que en su vida había visto y escuchado. Pero el detalle que no pasó por alto fue ese cuadradito ilegible que aparecía en el ‘inofensivo’ mensaje de texto. Como era un experto en iPhones, sabía que ese cuadradito era un virus. Pero lo que no tenía claro era con qué motivo le había enviado un virus espía esta alumna. ¿Será que se había enterado de su pasado como actor porno? ¿Será que solo quería conocer la vida íntima de su profesor que tenía un apellido chistoso y petulante? ¿Será que era una enferma ninfómana en busca de placer con las lecturas íntimas?

Por un momento pensó en llamar a la policía. Por un momento quiso increparle algo. Pero prefirió jugar con ella, para ver quién estaba detrás de todo esto. Es así que el profesor Juan Pene le pidió a su novia, Flor, su cómplice en todo y fiel amante de los últimos rezagos de energía que le quedaban después de todo lo derrochado en sus faenas sexuales, que le escriba un sugerente mensaje de texto:

“Juan, hasta ahora tengo el sabor de tu miembro en mi boca.
No sé qué es lo mejor que me ha pasado en la vida: conocerte a ti o a tu pene”.

Al llegar al trabajo todas las empleadas de dirección del instituto lo miraron como si fuese el rey del sexo. Lo miraron como si desearan sentir ese sabor que describía Flor en sus propias bocas. Cuando Juan vio como una empleada, gordita ella, se lo comió con la mirada cuando lo saludó, rápidamente se dio cuenta de dónde venía todo este malintencionado fisgoneo hacia su intimidad: de la dirección del instituto.

Luego pensó en desenmascarar a todos. Pero no. Si algo aprendió en la vida es a ser paciente para sentir un mayor placer. Así que decidió averiguar hasta dónde llegaban los tentáculos de esta forma tan primitiva y enfermiza de inmiscuirse en su vida privada. Pensó qué más eran capaces de hacer. Es así que recordó a muchos alumnos que llegaban con virus en sus memorias USB y él llevaba esos virus a su computadora personal. Y supuso que los de dirección leían todas sus conversaciones del chat y sabían, por añadidura, los passwords de sus mails. Así que buscó en el Messenger a un ex profesor del instituto llamado Renato Babel, y le hizo una falsa confesión de amor a sabiendas que su computadora estaba monitoreada:

“Renato, amo a la cajera del instituto. He llorado mucho por ella. No sé qué hacer. Quiero casarme y tener hijos con ella. Pero ella no me quiere. Es más ni siquiera sabe que existo”.

Luego de esta ‘confesión’ en el que se dibujaba como un enamorado lloroso y desesperado, sabía que las miradas iban a cambiar de golpe… y fue así: vio que lo miraban con compasión. Con pena. Con lamento. “Pobre profesor Pene”, pensaban las empleadas al verlo caminar. Él sabía que, seguramente, tomando en cuenta que la chismosería es una característica inherente en las mujeres que tienen una mentalidad tercermundista, que alguien ligado a dirección querrá saber más sobre eso. Así que esperó paciente a ver quién se le acercaba para preguntarle algo sobre su vida privada. Y fue así: muchos alumnos y alumnas se le acercaron fingiendo penas amorosas y lágrimas fingidas para llegar a él. Muchos muchachos a quien él veía con ojos de papá se regalaron y cayeron redonditos a la trampa puesta por Juan Pene.

Él se reía del juego peligroso que estaba jugando. Sabía que todo terminaría mal. Pero ‘¡qué chucha!’, pensaba. Si algo aprendió en la vida es que nada debe de tomarse en serio. Así que prosiguió con el cuento. Con la mentira. Con la farsa. Prosiguió con la enfermedad que le dio por saber hasta dónde llegaban las enfermizas y morbosas actitudes de los dueños del instituto por husmear en su vida íntima. Así que, con Flor, quien sabía todo porque ella era su cómplice, pensaron que con todo el dinero que tiene el instituto, eran capaces de espiar también sus llamadas de su celular personal, así que fingieron una conversación:

“Flor, ya no aguanto trabajar aquí. Me voy. No hay más. Me están espiando. Se meten en mi vida privada y todo es una mierda”.

Él sabía que la primera persona que le preguntara cómo se sentía en el instituto o cómo se sentía él en su trabajo, sería el traidor. Y lo sabía porque así se maneja la mafia: “recuerda, quien se te acerque para proponerte un trato, ese es el traidor”, le dijo Don Vito Corleone a su hijo Michael. Si algo aprendió en la vida, es que El Padrino es La Biblia. Lo que no aprendió fue a soportar la decepción: La persona que se le acercó hablando mal de los dueños del instituto para ganarse su confianza y sacarle información fue el profesor Manuel Muñón. Uno de sus mejores amigos. Eso lo partió. Lo desubicó. No pensó en ningún momento que Manuel era uno de ellos. Uno más dentro del cúmulo del mal.

Fue en ese momento en el que decidió que ya no más. Que ya basta de tanta hipocresía. Él sabía que no tenía que renunciar. Ya que si algo aprendió en la vida es que no se debe de renunciar. Pero lo que le encantaría era que lo botaran con clase. Que lo botaran con escándalo. Siempre fue un figureti y un voyerista. Así que, qué mejor idea que desenmascararlos a esos enfermos de pacotilla frente a todos, para que sepa todo el mundo de qué están hechos. Para que sepan los alumnos que los husmean cuando colocan sus claves personales en las computadoras del instituto. Para que sepan los profesores íntegros que su intimidad está siendo violada.

Así que contó todo a todo el mundo a través de una conocido blog de un tal Luis Iparraguirre, un bloggero peruano que no tenía nada que perder y quien era un fumón más que soñaba con legalizar la plantación de cannabis en todo el Perú. Y así, Juan Pene regresó a ser un actor porno. Regresó por donde vino: con el rabo entre las piernas y con el pene partido. Regresó triste, es cierto. Pero sonriente por saberse más inteligente que todos. Y así, mientras le practica sexo anal a una rolliza prostituta del bajo mundo de Santiago de Chile, piensa que no está mal haber vivido lo que vivió, porque si algo aprendió en la vida, es que todo final es una muy buena excusa para volver a empezar.

Administrador de contenidos de Grupo Periodismo en Línea

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